El léxico es el CONJUNTO DE PALABRAS que componen una lengua.
Las palabras son algo vivo, cambiante...
Esto significa que el léxico no es un conjunto fijo, sino que varía: se introducen palabras para nombrar nuevas realidades, otras palabras evolucionan, algunas palabras adquieren nuevos significados y otras desaparecen con el tiempo por el desuso.
Las palabras son algo vivo, cambiante...
Esto significa que el léxico no es un conjunto fijo, sino que varía: se introducen palabras para nombrar nuevas realidades, otras palabras evolucionan, algunas palabras adquieren nuevos significados y otras desaparecen con el tiempo por el desuso.
1. LÉXICO HEREDADO
PALABRAS PATRIMONIALES
Palabras patrimoniales: tienen su origen en el latín vulgar que entró en la Península Ibérica con los colonos romanos a partir del 218 a. de C.
Están en nuestro idioma desde su origen y han experimentado una fuerte evolución fonética desde el latín vulgar hasta llegar a su forma moderna:
hembra < femina, razón < rationem, mujer < muliere, padre < patre, hijo< filium, viejo< vetulo.
Algunos cambios que experimentaron las palabras:
Están en nuestro idioma desde su origen y han experimentado una fuerte evolución fonética desde el latín vulgar hasta llegar a su forma moderna:
hembra < femina, razón < rationem, mujer < muliere, padre < patre, hijo< filium, viejo< vetulo.
Algunos cambios que experimentaron las palabras:
- Las vocales tónicas e y o > diptongan en ie y ue (septem> siete; collum> cuello)
- La f- inicial desaparece (femina>hembra)
- Los sonidos pl y cl > se transforman en ll (planun> llano; clamare> llamar)
- El grupo ct entre vocales > de lugar a ch (noctem > noche)
- Los grupos mn, nn y gn> dan lugar a ñ (somnus > sueño)
- Las consonantes p, t, k entre vocales > se convierten en b, d, g (respectivamente) (sapere>saber; maturum> maduro; securum> seguro)
CULTISMOS
Cultismos: palabras que se incorporan tardíamente al idioma (normalmente por vía culta) y que, en consecuencia, son ajenas al proceso evolutivo natural de las palabras patrimoniales: retina, evocar, sideral, vigilar, mortificar, tabernáculo, voluntad o espíritu son cultismos, pues no han sufrido los cambios fonéticos propios de la evolución lingüística: no han cambiado su forma originaria o lo han hecho muy levemente.
Son muy similares a sus étimos, es decir, a las palabras latinas de las que proceden (voluntate, spiritu).
En determinados casos se produce algún cambio fonético respecto de su étimo, pero no la evolución completa correspondiente a las formas patrimoniales; entonces hablamos de semicultismo. Por ejemplo, el étimo latino saeculu ha dado siglo, cuando por evolución lógica debería haber dado sejo, como conejo (cuniculu) o espejo (speculum).
Son muy similares a sus étimos, es decir, a las palabras latinas de las que proceden (voluntate, spiritu).
En determinados casos se produce algún cambio fonético respecto de su étimo, pero no la evolución completa correspondiente a las formas patrimoniales; entonces hablamos de semicultismo. Por ejemplo, el étimo latino saeculu ha dado siglo, cuando por evolución lógica debería haber dado sejo, como conejo (cuniculu) o espejo (speculum).
Una palabra latina (o griega) puede dar origen a una doble solución léxica (es decir, dos palabras distintas): una voz patrimonial y un cultismo (o semicultismo). Es grande la cantidad de cultismos y voces patrimoniales con el mismo étimo que conviven en castellano.
Estas parejas de palabras, tan diferentes en su forma, pero de idéntico origen etimológico, se llaman dobletes léxicos: Femina > hembra + fémina litigare> lidiar + litigar solitarium >soltero + solitario signum > seña + signo + rapidus > raudo + rápido |
Ya lo decían las palabras
“Contagio” y “contacto” son desde sus orígenes ideas mellizas, vocablos emparentados
“Contagio” y “contacto” son desde sus orígenes ideas mellizas, vocablos emparentados
El idioma español cuenta con abundantes dúos de vocablos que, teniendo un mismo punto de partida, se han desdoblado por sendos caminos hasta llegar a su valor actual con significados diferentes y, sin embargo, relacionados íntimamente entre sí.
Por eso percibimos una cercanía familiar entre contar y computar, delgado y delicado, íntegro y entero, soltero y solitario, lidiar y litigar, jamelgo y famélico... Y esto constituye una riqueza de la lengua, que a veces obtiene una doble o triple o cuádruple producción a partir de un solo origen.
Uno de esos dobletes de palabras, emparentadas aunque de distinta condición, lo forman “contagio” y “contacto”.
Ya en sus orígenes fueron ideas mellizas. “Contagio” procede del latín contagium, que a su vez se forma a partir de la preposición con y el verbo tango-tangere. Y este tangere, la base de donde sale nuestro “contagiar”, significaba en latín “tocar”. Por eso decimos que algo es “tangible”: porque se puede palpar. Y por eso llamamos “línea tangente” a aquella que se limita a tocar una curva, sin cortarla; y de ahí que usemos la expresión “salirse por la tangente” cuando alguien debería cumplir con una trazada o completar una obligación pero, lejos de rematar la maniobra como debería, se escapa de ella aprovechando la inercia y toma la tangente como vía de escaqueo para salir airoso sin chocar contra un árbol.
La palabra “contagio” lleva siglos en el idioma castellano, y ya la recogía Nebrija en 1495 como equivalente de “contagion” (más usada entonces). Ambos términos significaban ya “dolencia que se pega”.
Exacto: que se pega. Y lo que se pega debe hallarse en contacto. Vemos de nuevo, pues, esa línea insistente que relaciona el contacto y el contagio.
La vinculación se aprecia más estrecha aún al observar que el verbo tangere, el que sirvió de base a contagium, formó su participio en tactum. Y al unirse a la preposición con, dio contactum, emparentado a su vez con el sustantivo contactus. Este término en latín servía por sí solo para designar lo que nosotros solemos dividir en dos: contacto y contagio.
Desde antiguo, el “contagio” desarrolló también un sentido figurado, como ya recogía el primer diccionario académico o Diccionario de Autoridades (1729), que incluye una cita de Gabriel del Corral, autor vallisoletano del Siglo de Oro: “Esta misma noche saldré al campo para librar tu casa del contagio de mi desdicha”. Por eso sabemos que con la cercanía no sólo se contagian las dolencias físicas, sino también la alegría o la tristeza.
La ciencia nos ha advertido de que el contagio de un virus se deriva del contacto entre personas; del contacto entre sus cuerpos, de sus manos, de sus labios; también del contacto entre sus respiraciones, de sus toses, de sus voces, de una canción que entonen juntas a voz en cuello. Incluso por el contacto de sus risas, hecho que de aquí en adelante tal vez arrojará sospechas sobre una locución hasta ahora positiva (“tiene una risa contagiosa”).
Los epidemiólogos nos insisten en que para evitar el contagio del coronavirus debemos aislarnos, separarnos, distanciarnos por nuestro bien; evitar el contacto para eludir el contagio, porque ambos siempre van juntos. Pero eso que nos repite ahora la ciencia no los estaban diciendo mucho antes las palabras. Sólo hacía falta mirarlas por dentro.
Por eso percibimos una cercanía familiar entre contar y computar, delgado y delicado, íntegro y entero, soltero y solitario, lidiar y litigar, jamelgo y famélico... Y esto constituye una riqueza de la lengua, que a veces obtiene una doble o triple o cuádruple producción a partir de un solo origen.
Uno de esos dobletes de palabras, emparentadas aunque de distinta condición, lo forman “contagio” y “contacto”.
Ya en sus orígenes fueron ideas mellizas. “Contagio” procede del latín contagium, que a su vez se forma a partir de la preposición con y el verbo tango-tangere. Y este tangere, la base de donde sale nuestro “contagiar”, significaba en latín “tocar”. Por eso decimos que algo es “tangible”: porque se puede palpar. Y por eso llamamos “línea tangente” a aquella que se limita a tocar una curva, sin cortarla; y de ahí que usemos la expresión “salirse por la tangente” cuando alguien debería cumplir con una trazada o completar una obligación pero, lejos de rematar la maniobra como debería, se escapa de ella aprovechando la inercia y toma la tangente como vía de escaqueo para salir airoso sin chocar contra un árbol.
La palabra “contagio” lleva siglos en el idioma castellano, y ya la recogía Nebrija en 1495 como equivalente de “contagion” (más usada entonces). Ambos términos significaban ya “dolencia que se pega”.
Exacto: que se pega. Y lo que se pega debe hallarse en contacto. Vemos de nuevo, pues, esa línea insistente que relaciona el contacto y el contagio.
La vinculación se aprecia más estrecha aún al observar que el verbo tangere, el que sirvió de base a contagium, formó su participio en tactum. Y al unirse a la preposición con, dio contactum, emparentado a su vez con el sustantivo contactus. Este término en latín servía por sí solo para designar lo que nosotros solemos dividir en dos: contacto y contagio.
Desde antiguo, el “contagio” desarrolló también un sentido figurado, como ya recogía el primer diccionario académico o Diccionario de Autoridades (1729), que incluye una cita de Gabriel del Corral, autor vallisoletano del Siglo de Oro: “Esta misma noche saldré al campo para librar tu casa del contagio de mi desdicha”. Por eso sabemos que con la cercanía no sólo se contagian las dolencias físicas, sino también la alegría o la tristeza.
La ciencia nos ha advertido de que el contagio de un virus se deriva del contacto entre personas; del contacto entre sus cuerpos, de sus manos, de sus labios; también del contacto entre sus respiraciones, de sus toses, de sus voces, de una canción que entonen juntas a voz en cuello. Incluso por el contacto de sus risas, hecho que de aquí en adelante tal vez arrojará sospechas sobre una locución hasta ahora positiva (“tiene una risa contagiosa”).
Los epidemiólogos nos insisten en que para evitar el contagio del coronavirus debemos aislarnos, separarnos, distanciarnos por nuestro bien; evitar el contacto para eludir el contagio, porque ambos siempre van juntos. Pero eso que nos repite ahora la ciencia no los estaban diciendo mucho antes las palabras. Sólo hacía falta mirarlas por dentro.
Alex Grijelmo, El País, 22/ 01/ 2021
2. PRÉSTAMOS
Se llaman préstamos léxicos las PALABRAS PROCEDENTES DE OTRAS LENGUAS que se han incorporado al castellano.
Todas las lenguas deben a este procedimiento gran parte de su léxico.
El contacto directo entre hablantes de lenguas diferentes, las relaciones económicas y culturales entre los países, la proximidad geográfica, la influencia de los medios de comunicación y los intercambios culturales (cine, literatura, música…) facilitan el paso de vocablos de una lengua a otra.
Por su proximidad y su influencia cultural, el mayor número de préstamos modernos que recibe el castellano son galicismos y, sobre todo, anglicismos.
Los préstamos que nuestra lengua ha ido adquiriendo a lo largo de su historia reciben una denominación específica según su procedencia:
Todas las lenguas deben a este procedimiento gran parte de su léxico.
El contacto directo entre hablantes de lenguas diferentes, las relaciones económicas y culturales entre los países, la proximidad geográfica, la influencia de los medios de comunicación y los intercambios culturales (cine, literatura, música…) facilitan el paso de vocablos de una lengua a otra.
Por su proximidad y su influencia cultural, el mayor número de préstamos modernos que recibe el castellano son galicismos y, sobre todo, anglicismos.
Los préstamos que nuestra lengua ha ido adquiriendo a lo largo de su historia reciben una denominación específica según su procedencia:
2.1 SEGÚN SU ORIGEN
1. Germanismos: entran fundamentalmente en nuestra lengua cuando los pueblos bárbaros (principalmente suevos y visigodos) se asientan en la Península (siglo V). Dado el carácter belicoso y conquistador de los pueblos germanos, son, sobre todo, palabras relacionadas con la guerra. También son germanismos las palabras que proceden del alemán. Guerra, níquel, sable, espuela, espía, guardia, ropa, arrancar, jabón, bigote, vals, obús, brindis, parra, búnker, feldespato, blindar, espacio vital…También antropónimos como Alfonso, Carlos, Adolfo, Elvira…
2. Arabismos: después del latín, la lengua que más voces nos ha legado es el árabe. Los préstamos tomados de este idioma son los “arabismos”. Se incorporaron al castellano a lo largo de los ocho siglos de convivencia con esa cultura. Son más de cuatro mil vocablos referentes a todos los ámbitos de la vida (agricultura, política, arquitectura, matemáticas, música…) y muchos topónimos: arroz, aceite, aceituna, zoco azúcar, zanahoria, algodón, almacén, alcantarilla, albañil, alguacil, azotea, fachada, laca, alcázar, tabique, aldea, azucena, alcalde, cifra, guarismo, azul, añil…Algarbe (El occidente), Guadiana (Río Ana), La Rábida (el convento fortificado), Calatayud (castillo de Ayud), Albacete (el llano).
3. Galicismos: son palabras procedentes del francés, que penetraron en la lengua castellana, especialmente, durante la Edad Media (sobre todo en los siglos XI y XII, a través del Camino de Santiago) y en el siglo XVIII (con la llegada a la corona de la dinastía de los Borbones, de origen francés). No obstante, dada la vecindad de España y Francia, la influencia lingüística mutua se ha prolongado hasta nuestros días. Son galicismos bricolaje, menú, chalé, maquillar, gourmet, carné, servilleta, bayoneta, cremallera, restaurante, coger, bisutería, bechamel, jaula, jabalina, coger, etc.
4. Italianismos: son palabras procedentes del italiano. Se introducen, sobre todo, durante el Siglo de Oro, a raíz de las relaciones comerciales y culturales que España estableció con Italia. Abundan las referidas al arte, la cultura y la cocina. Algunas de ellas son: bagatela, capricho, casino, novela, madrigal, terceto, partitura, libreto, piano, pirata, soneto, batuta, góndola, escalinata, sotana, diana, terraza, soprano, bufón…
5. Americanismos o indigenismos americanos: proceden de las lenguas amerindias. Entraron en nuestro idioma tras el descubrimiento de América. Reflejan costumbres y realidades propias del Nuevo Mundo y que en Europa se desconocían: tabaco, chicle, tiza, chocolate, canoa, huracán, cacique, patata, huracán, mocasín, cacao, loro, petaca, etc.
6. Anglicismos: palabras procedentes del inglés y que constituyen el aporte léxico más importante en la actualidad: sándwich, look, bit, fútbol, estándar, flirtear, kit, jersey, rock, pop, pudin, mitin, filme, yate, túnel…
Pero el castellano ha recibido influencias de otras muchas lenguas: podemos reconocer galleguismos (vigía, macho, morriña, vieira) y lusismos (mejillón, vitola, cachimba, caramelo, chubasco), catalanismos (clavel, peseta, cartel, paella, anguila). Y también identificamos voces prerromanas, es decir, palabras tomadas de las lenguas habladas en la Península antes de la conquista romana, a saber, el tartesio, el ibérico, el celta, el vasco… Tal fondo forma el llamado sustrato lingüístico (arroyo, balea, banasto, páramo, perro, barro...) Los términos heredados del euskera son los vasquismos (por ejemplo, chabola, morena, izquierda, aquelarre, pizarra, zamarra, ascua, cencerro).
2. Arabismos: después del latín, la lengua que más voces nos ha legado es el árabe. Los préstamos tomados de este idioma son los “arabismos”. Se incorporaron al castellano a lo largo de los ocho siglos de convivencia con esa cultura. Son más de cuatro mil vocablos referentes a todos los ámbitos de la vida (agricultura, política, arquitectura, matemáticas, música…) y muchos topónimos: arroz, aceite, aceituna, zoco azúcar, zanahoria, algodón, almacén, alcantarilla, albañil, alguacil, azotea, fachada, laca, alcázar, tabique, aldea, azucena, alcalde, cifra, guarismo, azul, añil…Algarbe (El occidente), Guadiana (Río Ana), La Rábida (el convento fortificado), Calatayud (castillo de Ayud), Albacete (el llano).
3. Galicismos: son palabras procedentes del francés, que penetraron en la lengua castellana, especialmente, durante la Edad Media (sobre todo en los siglos XI y XII, a través del Camino de Santiago) y en el siglo XVIII (con la llegada a la corona de la dinastía de los Borbones, de origen francés). No obstante, dada la vecindad de España y Francia, la influencia lingüística mutua se ha prolongado hasta nuestros días. Son galicismos bricolaje, menú, chalé, maquillar, gourmet, carné, servilleta, bayoneta, cremallera, restaurante, coger, bisutería, bechamel, jaula, jabalina, coger, etc.
4. Italianismos: son palabras procedentes del italiano. Se introducen, sobre todo, durante el Siglo de Oro, a raíz de las relaciones comerciales y culturales que España estableció con Italia. Abundan las referidas al arte, la cultura y la cocina. Algunas de ellas son: bagatela, capricho, casino, novela, madrigal, terceto, partitura, libreto, piano, pirata, soneto, batuta, góndola, escalinata, sotana, diana, terraza, soprano, bufón…
5. Americanismos o indigenismos americanos: proceden de las lenguas amerindias. Entraron en nuestro idioma tras el descubrimiento de América. Reflejan costumbres y realidades propias del Nuevo Mundo y que en Europa se desconocían: tabaco, chicle, tiza, chocolate, canoa, huracán, cacique, patata, huracán, mocasín, cacao, loro, petaca, etc.
6. Anglicismos: palabras procedentes del inglés y que constituyen el aporte léxico más importante en la actualidad: sándwich, look, bit, fútbol, estándar, flirtear, kit, jersey, rock, pop, pudin, mitin, filme, yate, túnel…
Pero el castellano ha recibido influencias de otras muchas lenguas: podemos reconocer galleguismos (vigía, macho, morriña, vieira) y lusismos (mejillón, vitola, cachimba, caramelo, chubasco), catalanismos (clavel, peseta, cartel, paella, anguila). Y también identificamos voces prerromanas, es decir, palabras tomadas de las lenguas habladas en la Península antes de la conquista romana, a saber, el tartesio, el ibérico, el celta, el vasco… Tal fondo forma el llamado sustrato lingüístico (arroyo, balea, banasto, páramo, perro, barro...) Los términos heredados del euskera son los vasquismos (por ejemplo, chabola, morena, izquierda, aquelarre, pizarra, zamarra, ascua, cencerro).
2.2 SEGÚN SU MODO DE ADAPTACIÓN
- EXTRANJERISMOS: Conservan la grafía y pronunciación de la lengua de origen sin ningún tipo de adaptación (jakuzzi, stock).
Pueden tener entrada en el diccionario o no (si la tienen figuran en cursiva) - PALABRAS ADAPTADAS: Han experimentado algún tipo de adaptación ortográfica al castellano (cruasán, espaguetis).
Siempre están recogidas en el diccionario y deben escribirse y acentuarse según las reglas ortográficas españolas (football (fútbol) - CALCOS: Traducciones de expresiones de otras lenguas. (fin de semana de weekend)
3. NUEVOS TÉRMINOS.
LA FORMACIÓN DE LAS PALABRAS
LA FORMACIÓN DE LAS PALABRAS