La Ilíada nos cuenta lo que sucedió durante algo menos de dos meses del décimo y último año de la guerra de Troya.
La ciudad de Troya, que está en Asia Menor, se llamaba también Ilión, y por eso esta historia lleva el título de Ilíada.
Dicen que la escribió un poeta griego llamado Homero en el siglo VIII antes de Cristo, ¡hace casi treinta siglos!
La ciudad de Troya, que está en Asia Menor, se llamaba también Ilión, y por eso esta historia lleva el título de Ilíada.
Dicen que la escribió un poeta griego llamado Homero en el siglo VIII antes de Cristo, ¡hace casi treinta siglos!
¿por qué se enfrentaron griegos y troyanos en la guerra?
Imagen vía La Ilíada Vicens Vives (Colección Cucaña)
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Todo empezó por culpa de una elección.
En las bodas de Tetis y Peleo (que serían los padres de Aquiles) la diosa de la Discordia arrojó una manzana de oro y dijo que iba destinada a la mujer más bella. Tres diosas se la disputaron, porque cada una de ellas quería ser reconocida como la más hermosa: Hera, Palas Atenea y Afrodita. Como durante mucho tiempo ningún dios quiso tomar la decisión y elegir a una de las tres, Zeus acabó decidiendo que el joven y guapo príncipe troyano Paris fuera el juez. Él fue quien tuvo que escoger a la más bella entre las tres diosas y entregarle la manzana de oro.
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Hera le ofreció a Paris el mando de Asia si era la elegida; Atenea, la victoria en todas las batallas; y Afrodita le ofreció el amor de la mujer más hermosa del mundo, que era Helena, la esposa del rey griego Menelao. Y el príncipe troyano Paris... entregó la manzana de oro a Afrodita.
La hermosa reina Helena dejó a su esposo y se marchó a Troya con el príncipe Paris. Por ello, Menelao y su hermano, el rey Agamenón, se pusieron al frente de un gran ejército de griegos para atacar la ciudad asiática.
Los dos reyes eran hijos de Atreo, rey de Micenas, y Homero los llama a veces los «Atridas», es decir, hijos de Atreo.
Ambos son los caudillos de los ejércitos de los muchos pueblos griegos reunidos para ir contra Troya, y al conjunto de todos estos se les llama «aqueos» en la Ilíada. Ellos son los que declaran la guerra a los troyanos para recuperar a la reina Helena, las riquezas que se llevó y también su amor propio, su honor.
La guerra duró diez años.
¡Cuánta gente murió!, ¡cuánto dolor!
¡Cuánta gente murió!, ¡cuánto dolor!
BREVE GUÍA PARA ANDAR POR EL CAMPO DE BATALLA
Imagen vía La Ilíada Vicens Vives (Colección Cucaña)
LOS DIOSES
El padre de los dioses es ZEUS, y tiene que estar al margen de la guerra, solo que a veces apoya a los troyanos, y a veces a los aqueos, porque lo único que quiere es que el hijo de la diosa marina Tetis, el gran héroe griego Aquiles, reciba los máximos honores. Así se lo ha pedido su madre, y Zeus le debe un gran favor a esta diosa que vive en el fondo del mar.
Zeus tiene dos mensajeros a quienes encarga misiones. Ellos llevan sus órdenes y sus noticias.
Zeus tiene dos mensajeros a quienes encarga misiones. Ellos llevan sus órdenes y sus noticias.
- Una es la diosa Iris, de pies de viento, a la que nosotros vemos a veces en el cielo en forma de arcoíris cuando deja de llover y sale el sol.
- Y el otro es su hijo, el dios Hermes, que lleva unas sandalias de oro voladoras que le permiten ir a toda velocidad por encima de la tierra o del mar y que sabe, además, contar hermosas historias.
¿Qué dioses los apoyan a los troyanos?
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¿Y a los aqueos o griegos?
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LOS GUERREROS
DE LOS TROYANOS:
Los reyes de Ilión o Troya son los ancianos Príamo y Hécuba, su esposa. Ambos son padres de muchos hijos, pero los más destacados en la guerra de Troya son Héctor y Paris.
Él se llama Héleno y ella, Casandra. A él le hacen caso los troyanos en sus interpretaciones de los signos que envían los dioses, pero a ella no, porque el dios Apolo, que fue quien le dio el don de la profecía, luego la condenó a que nadie la creyera. Anténor es un anciano príncipe troyano que sirve de consejero al rey Príamo. Hay un arquero muy bueno entre los troyanos que se llama Pándaro; es el favorito de Apolo, el dios flechador. Sin embargo, las flechas más certeras son las que lanza el príncipe Paris, siempre con la ayuda del mismo dios. Y, por último, el único gran guerrero de los troyanos que se salvará, gracias a la protección de los dioses, es el príncipe Eneas, hijo de la diosa Afrodita y del príncipe troyano Anquises, primo del rey Príamo. A él le esperaban muchas aventuras y un destino glorioso, que contaría el poeta latino Virgilio. |
DE LOS AQUEOS O GRIEGOS:
Son los reyes Agamenón y Menelao, los Atridas o hijos de Atreo.
El mejor de los guerreros aqueos es Aquiles, hijo de un hombre mortal, el rey Peleo, y de una diosa marina, Tetis. Por ser hijo de Peleo, se le llama también el Pélida, y es el jefe de los guerreros mirmidones. La mayor parte de los hechos que cuenta la Ilíada están provocados por la ofensa que le hizo el rey Agamenón a este valiente guerrero y por la furia que le entró a Aquiles a causa de ello. El mejor amigo de Aquiles, compañero suyo de armas, es Patroclo, prudente y buena persona. El más viejo y sabio de los aqueos es el anciano Néstor, que siempre aconseja al rey Agamenón. Uno de sus hijos, Antíloco, es amigo de Aquiles y por ello será el encargado de llevarle una terrible noticia. El más astuto de los aqueos es Odiseo, al que los latinos llaman Ulises. Es inteligente, sabe contar historias, y gracias a él los aqueos pudieron vencer a los troyanos. Pero ese final de la guerra no se explica en la Ilíada. Después de Aquiles, los dos guerreros más valientes y fuertes entre los aqueos son Diomedes, rey de Argos, y Áyax o Ayante, rey de Salamina. Y hay dos personajes muy importantes, pero por otra razón: uno es Calcante, el gran adivino de los aqueos; y otro es el médico Macaón, hijo del dios de la medicina, Asclepio. El primero sabe interpretar los signos que mandan los dioses como anuncio de lo que va a pasar, y el otro cura a los heridos. |
LA ILÍADA |
Homero, La Ilíada (adaptación de Gillian Cross).
Editorial Vicens-Vives, Colección Cucaña, 2020 |
LA PRIMERA EPOPEYA DE OCCIDENTE
La Ilíada es una epopeya griega y el poema más antiguo conocido escrito de la literatura occidental.
La obra nace en la oralidad y perdura gracias a la memoria colectiva, transmitida de generación en generación gracias a los aedos (poetas que relataban estas epopeyas de memoria). Se calcula que apenas en el siglo VIII a.C. fue trasladada a un soporte escrito.
La inmortalidad de La Ilíada la ha convertido en un clásico. Tanto se ha escrito sobre ella y tanto más se escribirá, que hace mucho dejó de ser la epopeya de la Antigua Grecia, para convertirse en la epopeya de la humanidad.
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TAREA
LECTURA COMPARTIDA
Imagen vía La Ilíada Vicens Vives (Colección Cucaña)
Cada semana leeremos tres episodios de la Ilíada (uno por clase).
Tres estudiantes prepararán y ensayarán LA LECTURA EXPRESIVA en casa y al comienzo de la clase leerán en alto el episodio.
Tres estudiantes prepararán y ensayarán LA LECTURA EXPRESIVA en casa y al comienzo de la clase leerán en alto el episodio.
La lectura ante un auditorio consiste en TRANSMITIR CON LA VOZ EL SENTIDO E INTENCIÓN DE LAS PALABRAS y los diferentes matices del sentimiento.
Para conseguirlo hay que:
Para conseguirlo hay que:
- entender qué dice
- dar la entonación adecuada
- hacer las pausas en los lugares requeridos
- dar el ritmo a la lectura de acuerdo a los acontecimientos narrados
- leer con la articulación, velocidad y volumen necesarios
"Homero está envuelto en el misterio. Es un nombre sin biografía, o tal vez solo el mote de un poeta ciego —el nombre «Homero» se puede traducir como «el que no ve»—. Los griegos nada sabían con certeza sobre él y ni siquiera se ponían de acuerdo cuando intentaban situarlo en el tiempo. (…) Homero era un vago recuerdo sin contornos, la sombra de una voz a la que atribuían la música de la Ilíada y la Odisea.
Todo el mundo en aquella época conocía la Ilíada y la Odisea. Quienes sabían leer habían aprendido a hacerlo leyendo a Homero en la escuela, y los demás habían escuchado contar de viva voz las aventuras de Aquiles y Ulises.
(…)
En una sociedad que nunca tuvo libros sagrados, la Ilíada y la Odisea eran lo más parecido a la Biblia.
(…)
Los poemas homéricos eran más que un entretenimiento para un público hechizado, expresaban los sueños y las mitologías de los pueblos antiguos. Desde tiempos remotos, de generación en generación, los seres humanos nos relatamos los hechos históricos que han dejado huella en la memoria de las generaciones, (…).
(...)
La Ilíada narra la historia de un héroe obsesionado por la fama y el honor. Aquiles puede elegir entre una vida sin brillo, larga y tranquila, si se queda en su país, o una muerte gloriosa, si se embarca hacia Troya. Y decide ir a la guerra, aunque las profecías le advierten de que no regresará. Aquiles pertenece a la gran familia de las personas deslumbradas por un ideal, valientes, comprometidas, melancólicas, insatisfechas, empecinadas y propensas a tomarse muy en serio a sí mismas. (...)
(…)
Aquiles es un guerrero tradicional, habitante de un mundo severo y trágico; en cambio, el vagabundo Ulises (…) se lanza con placer a aventuras fantásticas, imprevisibles, divertidas; a veces eróticas, a veces ridículas. La Ilíada y la Odisea exploran opciones vitales alejadas, y sus héroes afrontan las pruebas y azares de la existencia con temperamentos opuestos. (...) Ulises valora intensamente la vida, con sus imperfecciones, sus instantes de éxtasis, sus placeres y su sabor agridulce. Es el antepasado de todos los viajeros, exploradores, marinos y piratas de ficción —capaz de afrontar cualquier situación, mentiroso, seductor, coleccionista de experiencias y gran narrador de historias—. Añora su hogar y su mujer, pero se entretiene a gusto por el camino. La Odisea es la primera representación literaria de la nostalgia, que convive, sin demasiados conflictos, con el espíritu de navegación y aventura.
(…)
El astuto Ulises no fantasea, como Aquiles, con un destino grandioso y único. Podría haber sido un dios, pero opta por volver a Ítaca, la pequeña isla rocosa donde vive, a encontrarse con la decrepitud de su padre, con la adolescencia de su hijo, con la menopausia de Penélope. Ulises es una criatura luchadora y zarandeada que prefiere las tristezas auténticas a una felicidad artificial. (…) La decisión del héroe expresa una nueva sabiduría, alejada del estricto código de honor que movía a Aquiles. Esa sabiduría nos susurra que la humilde, imperfecta y efímera vida humana merece la pena, a pesar de sus limitaciones y sus desgracias, aunque la juventud se esfume, la carne se vuelva flácida y acabemos arrastrando los pies.
(...)
La Ilíada y la Odisea nacieron en otro mundo distinto del nuestro, en un tiempo anterior a la expansión de la escritura, cuando el lenguaje era efímero (gestos, aire y ecos). Una época de «aladas palabras», como las llama Homero, palabras que se llevaba el viento y solo la memoria podía retener.
El nombre de Homero está asociado a dos textos épicos que proceden de un periodo en el que tiene poco sentido hablar de autoría. Durante la etapa oral, los poemas se recitaban en público, perpetuando una costumbre heredada de las tribus nómadas, cuando los ancianos recitaban junto al fuego los viejos cuentos de sus ancestros y las hazañas de sus héroes. La poesía estaba socializada, era de todos y no pertenecía a nadie en concreto. Cada poeta podía usar libremente los mitos y cantos de la tradición, retocándolos, desembarazándose de lo que considerase irrelevante, incorporando matices, personajes, aventuras inventadas y también versos que había escuchado a sus colegas de profesión. Detrás de cada relato había toda una galaxia de poetas que no habrían entendido el concepto «derechos de autor». Durante los largos siglos de oralidad, el romancero griego fue cambiando y expandiéndose, estrato a estrato, generación tras generación, sin que los textos alcanzasen nunca una versión cerrada o definitiva.
(...)
En la sociedad oral, los bardos actuaban en las grandes fiestas y en los banquetes de los nobles. Cuando un profesional de las aladas palabras interpretaba su repertorio de narraciones ante un auditorio, por pequeño que fuera, estaba «publicando» su obra.
(...)
En tiempos de palabras aladas, la literatura era un arte efímero. Cada representación de esos poemas orales era única y sucedía una sola vez. Como un músico de jazz que a partir de una melodía popular se entrega a una apasionada improvisación sin partitura, los bardos jugaban con variaciones espontáneas sobre los cantos aprendidos. Incluso si recitaban el mismo poema, narrando la misma leyenda protagonizada por los mismos héroes, nunca era idéntico a la vez anterior. Gracias a un entrenamiento precoz y disciplinado, aprendían a usar el verso como un lenguaje vivo, moldeable. Conocían los argumentos de cientos de mitos, dominaban las pautas del lenguaje tradicional, tenían un arsenal de frases preparadas y de comodines para rellenar los versos, y con esos mimbres tejían para cada recitación un canto a la vez fiel y diferente. Pero no había ningún afán de autoría: los poetas amaban la herencia del pasado y no veían razones para ser originales si la versión tradicional era bella. La expresión de la individualidad pertenece al tiempo de la escritura; por aquel entonces, el prestigio de la originalidad artística estaba en horas bajas.
(...)
Los poetas épicos conservaban el recuerdo del pasado porque desde la infancia crecían en un mundo doble —el real y el de las leyendas—. Cuando hablaban en verso, se sentían transportados al mundo del pasado, que solo conocían a través del sortilegio de la poesía. Ellos —como libros de carne y hueso, vivos y palpitantes, en tiempos sin escritura y, por tanto, sin historia— impedían que todas las experiencias, las vidas y el saber acumulado acabasen en la nada del olvido.
Un nuevo invento empezó a transformar silenciosamente el mundo durante la segunda mitad del siglo VIII a. C., una revolución apacible que acabaría transformando la memoria, el lenguaje, el acto creador, la manera de organizar el pensamiento, nuestra relación con la autoridad, con el saber y con el pasado. Los cambios fueron lentos, pero extraordinarios. Después del alfabeto, nada volvió a ser igual.
Los primeros lectores y los primeros escritores eran pioneros. El mundo de la oralidad se resistía a desaparecer —ni siquiera hoy se ha extinguido del todo—, y la palabra escrita sufrió al principio cierto estigma. Muchos griegos preferían que las palabras cantasen. Las innovaciones no les gustaban demasiado, refunfuñaban y gruñían cuando las tenían delante. A diferencia de nosotros, los habitantes del mundo antiguo creían que lo nuevo tendía a provocar más degeneración que progreso. Algo de esa reticencia ha perdurado en el tiempo; todos los grandes avances —la escritura, la imprenta, internet...— han tenido que enfrentarse a detractores apocalípticos. (…)
Sin embargo, era difícil resistirse a la promesa del nuevo invento. Toda sociedad aspira a perdurar y ser recordada. El acto de escribir alargaba la vida de la memoria, impedía que el pasado se disolviera para siempre.
En los primeros tiempos, los poemas aún nacían y viajaban por cauces orales, pero algunos bardos aprendieron el trazado de las letras y empezaron a transcribirlos en hojas de papiro (o los dictaron) como pasaporte hacia el futuro. Quizá entonces algunos empezaron a tomar consciencia de las inesperadas implicaciones de aquella osadía. Escribir los poemas significaba inmovilizar el texto, fijarlo para siempre. En los libros, las palabras cristalizan. Había que elegir una sola versión de los cantos, lo más bella posible, para que sobreviviera a las demás. Hasta aquel momento, el canto era un organismo vivo que crecía y cambiaba, pero la escritura lo iba a petrificar. Optar por una versión del relato significaba sacrificar todas las demás y, al mismo tiempo, salvarlo de la destrucción y el olvido.
Gracias a ese acto audaz, casi temerario, han llegado hasta nosotros dos obras memorables que han conformado nuestra visión del mundo. Los 15.000 versos de la Ilíada y los 12.000 versos de la Odisea que ahora leemos como si fueran dos novelas son un territorio fronterizo entre la oralidad y el nuevo mundo. Un poeta, seguramente educado en la fluidez de las recitaciones, pero en contacto con la escritura, enhebró varios cantos tradicionales en el hilo de una trama coherente. ¿Fue Homero ese personaje en el umbral de dos universos? Nunca lo sabremos. Cada investigador imagina su propio Homero: un bardo analfabeto de tiempos remotos; el responsable de la versión definitiva de la Ilíada y de la Odisea; un poeta que les dio un último toque; un copista aplicado que firmó el manuscrito con su nombre; o un editor seducido por esa estrafalaria invención de los libros, aire escrito. No deja de fascinarme que un autor tan trascendente para nuestra cultura sea solo un fantasma.
Con la escasa información disponible, es imposible aclarar el misterio. La sombra de Homero desaparece en tierras de penumbra. Y eso vuelve todavía más fascinantes a la Ilíada y la Odisea —son documentos excepcionales que nos permiten acercarnos al tiempo de los relatos alados y las palabras perdidas—. "
Irene Vallejo, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo.